Theodore Roosevelt en 1901 en su discurso de toma de posesión de la presidencia de Estados Unidos expresó:
“Es nuestras creencias que la América del Sur será nuestro campo de expansión. No es práctico seguir tolerando que pueblos tan indolentes, tan reacios al progreso ya tan incapaz de gobernarse como los latinos del centro y Suramérica, continúen ocupando tierras tan fértiles, tan ricas y tan productivas como las del continente suramericano. El destino manifiesto de esta nación (Estados Unidos) es poseer todo el hemisferio occidental”.
Dos doctrinas imperiales: la doctrina Monroe (1823) que estableció que “América era o es para los americanos” y la doctrina del destino manifiesto de poseer todo el hemisferio occidental, según los Padres Peregrinos del Mayflower y Padres Fundadores de los Estados Unidos, idearon una comunidad política fundada sobre principios religiosos, donde su poder proviene de la divina providencia y recae sobre ese pueblo escogido por Dios para -según ellos- dominar y dirigir la humanidad, con el propósito de salvar a los pueblos mediante la dominación colonialista, la violencia y el sometimiento, para ello, erigen estructura esclavista y racista imponiendo la supremacía del hombre blanco, no solo en lo interno, en su territorio, sino que es la doctrina de la política exterior norteamericana. Doctrinas que, como expresión de la geopolítica internacional, impedía, expresando la desaprobación de la presencia de cualquier país europeos en los dominios espaciales americanos, considerándose un atropello a los intereses gringos en la región, a nombre de una supuesta identidad común entre los EE UU. Canadá y las Repúblicas latinoamericanas, que se consideran “hermanos”, proclamando que tienen intereses y objetivos comunes.
Identidad e intereses comunes imposible de ser verdad, los objetivos de la doctrina Monroe y la del destino manifiesto es la supremacía hegemónica imperial, exclusiva y excluyente de los Estados Unidos sobre las naciones latinoamericanas, la explotación y aprovechamiento de los recursos naturales, energéticos y mineros, la sobreexplotación de la mano de obra, el gobierno, la influencia y control sobre el gran mercado de consumidores latinoamericanos.
La presencia imperial de los Estados Unidos desde hace doscientos años, fue prevista por el padre de la patria Simón Bolívar, quien alertó sobre los futuros conflictos y con claridad meridiana expresó: que “parecían destinados para plagar de hambre y miseria a la América la nuestra en nombre de la libertad” y ante ese crecido monstruo imperialista y voraz convocó el Congreso de Panamá, reunión hemisférica para tratar la unidad de los países latinoamericanos.
La historia de los pueblos latinoamericanos es abundante en la ejecución de la doctrina Monroe y del destino manifiesto, la diplomacia gringa ejecutó desde la política del dólar hasta la de las cañoneras para imponer su poder político, económico y militar.
En la búsqueda del control y dominio, en América Latina se sucedieron una gran cantidad de intervenciones militares, en Cuba, Panamá, República Dominicana, Guatemala, Nicaragua, México, El Salvador, Haití y un largo etcétera. La política de ocupación e invasión militar norteamericana no es reciente, viene desde finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX y XXI.
Hoy día, nuestra patria se ve amenazada por la flota militar norteamericana, que ansía los recursos naturales, la múltiples y variadas riquezas, pretende mancillar y ofender la soberanía nacional y la dignidad del pueblo venezolano al pretender imponer un gobierno que como un cachorro obedezca a sus mandatos y órdenes. Los hijos de Simón Bolívar no lo permitirán, la patria se respeta y se defiende de cualquier injerencia imperialista extranjera.
Polvorín. Explosión insumisa de ideas
Un combate por la vida